lunes, 11 de agosto de 2008

La tumba de Moisés


Era uno el hombre de la noche. Uno el que cubría su cuerpo con la manta. Uno que no prestaba sus ojos al viento. Uno que enfilaba sus pestañas como cuchillos cortando granos de arena. Nadie más le haría daño nunca.

Ese hombre que era uno caminaba por las calles del desierto. Avenidas de silencio, espacio descomprimido, vegetación muda, todo seco, todo abierto, todo mudo. Ese hombre en su pecho llevaba un nombre. Un nombre de nadie en el pechocorazón. Ese hombre se decía llamar El Loco. Ese era su tatuaje.
Pero lo cubría su ropa, y lo cubría la manta y nadie veía al nombre y el nombre no veía a nadie.

El hombre caminaba con las pestañas auscultando el suelo. Sobre el hombro cargaba un palo. Ese palo sostenía una bolsa y esa bolsa contenía un secreto.
El hombre había partido esa mañana. Se había sentado frente a su tumba. Le había hablado con tono bajo a la lápida como la nota baja de un clavicordio. Había esperado con la oreja pegada al subsuelo. Pero Moisés no respondió. El hombre sacó de la bolsa un pequeño cofre que contenía un puñito de arena y dos conchas de mar pegadas una contra otra que hacían la forma de una mariposa. El hombre dejó la mariposa de mar en la tumba. Tomó la bolsa. Perdón hermano, y se marchó.

Era uno el hombre de la noche. Era uno el hombre Loco que caminaba por la arena fría de la noche, arena fría de la noche en el desierto. Una bolsa en su hombro conteniendo un secreto. El hombre cansado se detuvo a descansar. Sólo un árbol en todo el océano de arena. Contra él colocó su espalda y al lado de él, la bolsa. Cerró los ojos y sintió que de la bolsa salía ella, la de los ojos verdes de laguna, la del lunar amarillo en el corazón. Detrás de ella vino una tormenta que llamó su melena de fiera embravecida, piel terremoto, boca de verdad hiriente, de un tiempo que quiso hacer suyo. Pero lo que queremos no siempre nos pertenece. Y ella era de Moisés.
El Loco caminó abriendo surcos en la arena fría. En la bolsa iba la noche entera y su misterio. Piel desierta de un sueño abandonado. El odio de Moisés y los ojos ahogados del hombre en las aguas verdes de esa mujer musgo.

El Loco no tiene más sol ni más tierra. No tiene más rumbo. El alma de ese Loco lleva al cuerpo a rastras. Sólo Dios supo del temblorterremoto de su alma caída. Hombre Loco en la bolsa va su corazón. Corazón mudo arrepentido. En su desierto azul carga en silencio, todo el amor del mundo.

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